En este pasaje, tercero de Stellarum, ya he tomado contacto con cuestiones como el ‘futuro’ y el ‘presente’. Y aquí, a continuación, voy a ver con qué me encuentro al plantearme la cuestión del ‘pasado’.

A quién beneficia el pasado.

—A aquellos que, en cada momento presente, transforman su futuro en recuerdos llenos de vida y amor —contestó Jofiel, que reapareció inopinadamente— ¿Tienes tu algún recuerdo de esos?

Me quedé mirándolo, pero sin ver, concentrado en mis interiores. Y, sí. A mi memoria vino un recuerdo muy al propósito de aquel contexto. Y comencé a narrarlo.

Yo, embargado de soledad, paseaba un día soleado por una pradera que hay en Cambridge, Inglaterra. Otras gentes hacían lo mismo y, entre ellas, una pareja joven con un pequeño que apenas caminaba y a duras penas se mantenía de pie. Ellos pasaban, en su caminar, a unos veinte metros de mí. Yo concentrado en todos los males que mi mente buscaba en mis recuerdos, vividos, unos; imaginados, la mayoría. En ese escenario, el pequeño, inopinadamente, comienza a caminar más rápido, corriendo y trastabillando, y se planta frente a mí, levanta su carita, me mira, alza su pequeño brazo para ofrecerme lo que llevaba en la mano: una flor silvestre. Y, así, sin más, mis penas desaparecieron y la vida real volvió a mí.

—Oh, vaya. Ese sí que es un bello recuerdo con el que construir un pasado —comentó Jofiel, pero poco dado a expresar sus sentimientos añadió:— Y de ahora mismo, ¿podrías decirme algo que te esté sucediendo en el presente y que esté generando en ti una reacción que se vaya a trasformar en una pieza de tu pasado?

Tuve que reflexionara, pero no demasiado porque, de hecho, estaba en la tarea de releer El contrato social, de Rousseau.

—Pues, sí, efectivamente –dije–. En estos momentos estoy reflexionando sobre los escritos de Jean Jacques Rousseau y mis conclusiones, aun sin fraguar en decisión alguna, se resumen en que El contrato social establecido entre españoles ha saltado por los aires y que hoy, enero de 2022, ninguna de las piezas que lo sustentan existen ya. Por un lado, en la sociedad española, el que representa el orden y máximo responsable garante del contrato no es un ser magnánimo y cabal, sino un tipo pusilánime y acobardado, por otro lado, el pueblo, por inculto, está incapacitado para aceptar conscientemente algo tan civilizado como el pacto social que conlleva la idea de Rousseau. Por tanto, en estos momentos, en España, no hay contrato social en vigor. No hay compromiso. El futuro está abierto para que los mejores de entre nosotros recojan los trozos de la antigua sociedad y avancen sin temor hacia un nuevo tipo de convivencia, que nada o muy poco tenga que ver con lo que debió ser, pero nunca fue, un honrado Contrato Social.

—Y que concluyes —quiso saber Jofiel.

—Querido amigo, no he concluido nada porque estoy en un presente continuo. Quiero decir que estoy concluyendo, pero, en ese proceso, percibo con claridad que hay que reconsiderar las ideas de Platón y de tantos otros que trataron de organizar la convivencia humana y, si bien hay que aceptar la libertad como la base de la igualdad ante la ley de Dios y la de los hombres, hay que estructurarla con la consciencia de que, fuera de aquella directriz general y superior, no somos iguales en lo absoluto, en especial porque no todos han alcanzado el mismo nivel evolutivo: unos están muy próximos al animal, mientras que otros, están en las laderas de la divinidad. Y estos tienen la responsabilidad de cuidar la vida en su conjunto, también han de ayudar a los menos evolucionados a mutar de humanos a seres-humanos.

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