En anteriores pasajes, he expresado mi opinión respecto al eterno fluir del tiempo. En él, el futuro siempre está llegando y, a la misma velocidad, se hace presente para convertirse en pasado. Y solo durante el brevísimo momento en que el tiempo se hace presente antes de convertirse en pasado, cada individuo decide qué hacer con su vida.

¿Todos podemos ver el futuro?

Los sapiens, poder, podrían —contestó Jofiel—, si supieran usar sus respectivas mentes.

Serías tan amable de explicarte —le pedí y, de inmediato, inició una explicación.

Un sapiens si almar, quiero decir un humano poco evolucionado, es competente para barruntar piezas, ya para cazarlas físicamente,  ya para mercadear con ellas, bien negociando honradamente o, si es lo conveniente, engañando y manipulando. Esos humanos no están capacitados para llegar más allá de concebir futuros en los que ellos se ven con más y más propiedades, prestigio… Acumulando poder, en definitiva. No dan para más.

Transido por lo oído, me quedé pensativo, y, al poco, tras asimilarlo, hablé como si fuera otro el que hablara.

—Entonces, esa parte de la humanidad aún sin almar por completo ¿no están capacitadas para colaborar en la construcción de un futuro desanimalizado? —Quise saber, desesperanzado.

—Algo mucho peor que eso —amplió Jofiel—, los desalmados -que son mayoría- llenan el mundo y son manipulables en extremo, de modo que les da igual matar cristianos, si alguien les dice que esas criaturas fueron los responsables del incendió de Roma; o persiguen y queman mujeres porque algún misógino excretó su odio y la plebe -los ‘humanos’, los Homo sapiens– siguiendo a un ‘iluminado’ dejaron áreas de la Tierra sin mujeres. O, por no hacer la lista demasiado larga, algún desalmado y sus sicarios (millones) se dedicaron a exterminar a los judíos… y casi lo consiguen. En definitiva, los humanos, los desalmados, también denominados Homos sapiens son muy peligrosos. Mucho más de lo que se permiten recordar los seres-humanos, los humanos plenamente almados.

De nuevo, me quedé sin aliento. Lo que decía Jofiel no debía ser cierto: la humanidad no podía tener en su seno tanta gente estúpidamente inhumana. Me levanté y caminé sin rumbo fijo buscando argumentos que diluyeran la rotundidad de las aseveraciones de Jofiel. Pero, ¡ay, Dios mío!, entonces me sumergí en la realidad en que se había subsumido la humanidad, una especie de locura colectiva según la cual la mayoría de los humanos había corrido a inyectarse una poción desconocida simplemente porque los medios de comunicación voceaban permanentemente que la tal inyección los inmunizaría de esto y de aquello, aun cuando los verdaderos científicos, los entendidos en la materia, advertían de su inoperancia como ‘vacuna’, pero que, además, suponía, a medio y largo plazo, un peligro indeterminado no previsto, pero sí probable —me quedé abrumado por mis propios pensamientos. Además, tuve que recordar, muy a mi pesar, que algunos ‘vacunados’ y casi todos los medios de comunicación estaban promoviendo la conveniencia de aislar física y socialmente a los ‘no vacunados’. Entonces, muy dolido, tuve que admitir la tristísima realidad: la mayoría de los humanos están en proceso de almado: aún no son seres-humanos. Provisto de esta conclusión, me atreví a hablar.

—Entonces, Jofiel, amigo mío ¿Cómo deberíamos proceder los seres-humanos, los Homo sapiens-sapiens para lograr un futuro que nos dignifique y que nos haga dignos de nuestro paso por la Tierra? Te agradecería que me insufles ánimos porque, si me quedo con lo concluido hasta ahora, no podré descansar.

—Sí, claro que lo haré, pero no ahora. Ha llegado el momento de descansar y dejar a nuestra mente el espacio-tiempo que necesita.

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