Hola, amado mío.

Soy yo, nuevamente: la que solía ser, según recuerdo, uno de tus más preciados tesoros. De los seis, fui tu sentido más provechoso. Quiero hablarte, anhelo comunicarme contigo a toda hora, pero no me escuchas. No pareces reparar, últimamente, en mi existencia. Es como si un interruptor hubiera apagado nuestra conexión divina.

Yo estoy aquí -por cierto, aún vigorosa- deseosa de restablecer ese vínculo que debía existir de forma natural entre nosotros y que hoy sería, indudablemente, un hito entre lo que crees (o crees que crees) y la realidad: dos opuestos que has creado porque no me dejas encender en ti aquel vívido espíritu en el que objetabas, dudabas, investigabas, antes de dar por aceptado todo. 


Querido: por ti existo y por ti me extingo, por ti me revelo o por ti me oculto. Niñez y juventud fueron mis huertos de dicha y cultivo en los que la semilla de la curiosidad te hicieron un ser de nula conformidad y vasto cuestionamiento. Solías, como un ejercicio con el que rubricabas tu bendita y genuina individualidad, confrontar cualquier hipótesis e, inclusive, teoría científica, hasta llegar a lo que podías aprobar como verdad: maravilla que hoy parece estar en grave peligro de extinción. 

Éramos, tú y yo, aliados insaciables. Citabas mi existencia con nombres distintos y yo sabía entonces que, como instrumento de Dios para tu buen cauce, cumplía con tan afanosa empresa a cabalidad:  “algo me dice que…” ,proferías, mientras yo potenciaba mi virtud para seguir, honrosamente, siendo tu fiel escudera. Ha sido un orgullo llamarme ese algo que te frenó tantas veces ante riesgos innecesarios, que desveló verdades ante tus ojos que otros no veían, que te condujo a resoluciones ideales, que te alejó de los indeseables y te colocó donde los justos y generosos, que te encauzó por las vías de la cordura y el discernimiento.

Nunca fuiste pasivo, mezquino ni mediocre ante una noticia masiva de repetición múltiple que en breve se convertiría en una posverdad. Fuiste un crítico escrupuloso de esta, y proclamabas a quien fuere, erguido y sin titubeos, “cuidado con las deliberadas distorsiones de la realidad, en donde se manipulan creencias y emociones para influir en la opinión pública y en las actitudes sociales. Despertad, por favor, despertad.”

Te recuerdo así y por tanto no dejo de aclamar a gritos que volvamos a fusionarnos, con tu grandilocuente fervor por vivir, no por subsistir. Has ido cayendo en las fauces del consumismo mediático, que -debías saberlo- tiene un solo jefe. Si estuvieras en consonancia conmigo ya hubieras desenmarañado innumerables cosas. Darías el lugar y espacio que merece la contraparte de la unilateralidad, en la que valientes y curiosos, inconformes y despiertos amantes de la vida y la libertad (como lo eras tú) habitan y trabajan, día a día, para exponer alternativas, una cara diferente, casi opuesta a la que hoy ves: la de la luz, la de la libertad y la de la antítesis del miedo, aquella que corresponde al famoso y muy citado despertar de conciencias.

Estás siempre invitado y no acudes al llamado. Sabes que las piezas no concuerdan, pero no haces algo al respecto. Desbloquéame y actuemos. 

Estás leyendo solo los titulares y no indagas más, quizá por apatía y desgano, porque pensar demanda esfuerzo y no hacerlo, pasividad. No me permites actuar en ti. Acatas, subyugado y conforme, toda ordenanza que, en una revuelta de sinrazones, recibes a través de lo primero -y único- que reciben tus sentidos básicos, dejándome a mí, fuera de funcionamiento. Portas una inútil escayola de MIEDO que te mantiene inmóvil y sumiso. Te desconozco y quiero traerte de vuelta. 

Haces falta para unirte a las filas verdaderas de Dios y que juntos neutralicemos, de una vez por todas, esta fabricada ola de pánico que a tus espaldas y en la penumbra se ha producido, pues la docilidad no es inteligencia, no te equivoques. Agrandemos juntos el ejército de amor, de paz y de luz (esa que orienta a los perdidos) que se está fraguando para contrarrestar los embates de este masivo vendaje de ojos.

Es indispensable que dejes de observar solo tu móvil, que apagues la TV, que silencies tu interior y que nuevamente me escuches. Tanto ruido, tantos embustes, tantos titulares llenos de posverdad y tanto destructor te quieren alejar de lo inexorable: que seamos uno en DIOS. Recuerda que yo soy un sentido especial: traduzco y dirijo conforme leyes divinas. Cuando me valides nuevamente te conduciré, dichosa, a fundirte en el amor con tu conciencia, que te espera, como yo, ávida de expansión. 

Vuelve. Úsame. Despierta. 

Aquí estoy. 

Atentamente, 
Tu intuición.

Por Mone

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