María Corcoles es de Albacete, vive en Albacete y nunca ha salido de Albacete. Es la quinta de nueve hermanos. Tiene, además, cinco medios hermanos.
Acaba de cumplir cincuenta y tres años de edad y el mes pasado, diecinueve de trabajar como cajera en el mismo supermercado. No tiene hijos. Vive con su pareja -Álvaro Cebrian- y es ella quien mantiene los gastos de la casa. Gana mil ochenta euros al mes.

Álvaro, un mandria incapaz de sacar la basura, espera cada noche la llegada de María para la subsecuente cena que ella ha de preparar mientras él mira petrificado y lleno de migas sobre su abultado vientre, el televisor.
Refresco de cola, patatas fritas, bollos de cacao y unos crujientes torreznos rebosan la mesita rota del salón como preludio del esperado ágape.

María es más bien retraída, arisca y pocas veces examina, siquiera de reojo, a los clientes. Eso sí: avisora su reloj cada diez minutos, y muchas veces pliega los labios en señal de disgusto y frente a quien sea, por las horas que aún quedan para culminar su faena.

Hoy, María, tan remisa y gris, ha destacado por primera vez de entre una multitud: con voz estridente y de notoriedad absoluta reprendió a una mujer de pelo blanco y facciones finas -cuando mucho sexagenaria- a quien observó, mientras pagaba sus víveres en otra caja, tirar con sus dedos de la mascarilla desechable para crear un ínfimo espacio entre su nariz y aquel pañal facial, dando paso a un poco del aire que solía ser nuestro por derecho natural.

«¡Ea, tú… la mascarilla. Colócala bien, que nos pones en riesgo a todos!»

La mujer se sorprendió mientras buscaba en su derredor al destinatario de aquella insolente reprimenda. Al percatarse de que se trataba de ella extrajo, molesta, un papel del bolso mientras se encaminaba a María.
No alcanzó a llegar a ella, pues el guardia de la puerta, pusilánime y enclenque, cerró su paso, almidonado, orondo, satisfecho al fin de su valía como centinela del viejo comercio. Le ordenó obedecer -sin saber qué- y la mujer, desazonada, le apartó con la mano decidida a llegar, finalmente, a María. Con volumen tenue pero firme, se dirigió a ella: «escuche usted, señora, aunque nunca me quité la mascarilla, sepa que soy asmática y tengo permiso de no utilizarla».

María alzó más la voz, encaramada por una estúpida y confundida intrepidez nunca antes experimentada y exigió, segura de que todos atendieran, precauciones extremas a la mujer quien, incrédula, parpadeaba con dificultad.

Fue su tarde, su momento glorioso: era al fin, ella y nadie más, el adalid de la salud y la justicia de aquella sociedad. Hombres y mujeres a quienes nunca antes se dirigió, para decir siquiera «tenga usted un buen día». Varios de ellos, por cierto, aplaudieron con cierta timidez, timoratos hasta para eso pero gozosos de la arenga de María.

La mujer decidió abandonar aquella inconcebible atmósfera de alienación pero, repentinamente, cambió de parecer. Giró y regresó, discreta, al lugar de María, quien ya estaba de espaldas, corcovada como siempre pero henchida de orgullo, como nunca.

«Dios la perdone, mujer, pues debe usted tener una vida muy triste».

La señora cruzó la salida de aquel sitio, tranquila, con la vista puesta en las llaves de su automóvil.

El inconfundible rictus de María Corcoles volvió a su estado habitual.
Miró el reloj, frunció los labios y, acto seguido, pasó una bolsa de tampones por la caja registradora.

FIN

Por Mone

7 comentarios en «La vida pueril de María»
  1. Genial, Mone. Has reflejado con palabras una realidad social que, tácita o implícitamente, nos está afectado a todos, de esta o de aquella manera. Gracias, tu estilo es como pienso que resulta atractiva la lectura :))

    1. Gracias a ti, querido amigo, por la gran iniciativa de crear este espacio y, mejor aún, por hacer siempre, sentir importantes a los demás (algo que quizá «María Corcoles» debía aprender). Un beso !!

  2. Mone, me encantó leerte! En todos los puntos del planeta hay este tipo de marías, personas que en una mínima oportunidad van por la vida desbordando sus temores y atropellando a otros. Qué bonito sería que el mundo entero esté repleto de personas cuerdas, capaces de detenerse a pensar un segundo antes de regresar la miseria humana encerrada en palabras. Sigue encantándonos con tus relatos 🙂

    1. Querida Gaby: agradezco, enormemente, tu tiempo para leer y, mejor aún, para comentar. Te concedo razón y al mismo tiempo creo que, de estas personas también recibimos, si somos capaces de verlo, un aprendizaje: nunca por cómo reaccionan ellas, sino cómo lo hacemos nosotros, ante su ausente equilibrio. Para mí (te confieso) es todo un reto. Un beso muy grande y GRACIAS !!

  3. Gracias Mone por este breve relato que expresa al detalle la sociedad que tenemos, lleno de » Marias». Confío en que la coherencia haga acto de presencia en esta sociedad desubicada. Abrazos y bendiciones guapa!

  4. Lamentable la actitud de María, por muchos motivos, el primero, por negarse a pensar. Directamente se ha tirado a los brazos de las órdenes supremas y ni por un momento ha llegado a pensar que a ella misma la está perjudicando. Qué verdad la de la mujer, que le dice que triste vida tiene, pero es que así es.

    1. De acuerdo, Alexis. Y María (personaje de ficción) nos regala la oportunidad de reparar en el enorme bagaje que tantos ariscos, malhumorados y quizá hasta abusadores (con 5 minutos de burda fama) de los inocentes y con sentido común, apoyados como voz de justicia por las irracionalidades de esta «situación» , traen a cuestas. Pobres, pues seguirán pasando «tampones» por la caja registradora, muy a su pesar mientras no evolucionen. ¡¡ Un abrazo !!

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