El asunto covid ha hecho, paradójicamente, que algunos de nosotros avancen con decisión y de modo natural hacia la divinidad mientras que otros se subsumen en la animalidad. De unos y otros, hoy voy a referirme a los que, como yo, superan los 80 años o por ahí le andan. Y a ese respecto, digo:
Debo aclarar que soy consciente de y estoy preparado (más o menos) para que, en cualquier momento, me vea obligado a iniciar el Gran Viaje. También -¿¡a qué negarlo!?-, me da un poco de yu-yu el desplazamiento desde aquí al más allá, no obstante, siendo tal curiosidad (mi espíritu viajero se impone) por contemplar lo que sea que haya a la salida de la ‘otra estación` que muero porque no muero y tan alta dicha espero, que muero porque no muero[i]. Dicho cabalmente: sé que voy a morir en cualquier momento y no por eso dejo de vivir con toda la intensidad que las circunstancias y mi ingenio me permiten.
De lo dicho, infiero dos consecuencias: A) Que he degustado lo vivido hasta aquí; B) Que estoy viviendo cada día y que lo hago encantado de vivirlo.
En consecuencia, tengo claro que, si bien no deseo acortar mi existencia, no quiero alargarla a cualquier precio. En otras palabras: solo mi sentido común rige mis actos, por tanto, si no me parece lógico enmascararme, no lo hago o, si lo lógico es esperar a que tú, si quieres, te vacunes para prevenirte de Dios sabe qué, yo prefiero ver qué te pasa a ti y cuáles son las consecuencias de pincharte esto o aquello. En cualquier caso, la vida sigue. En fin, si me muero de esto y tú de aquello, muertos estaremos los dos, pero con una diferencia fundamental: tú tienes miedo a morir y yo no tengo miedo a vivir. La primera actitud atenaza el espíritu, lo empequeñece; la segunda, te mete en el meollo del hecho sin par de asumir riesgos, que es la esencia de andar por este ‘valle de lágrimas’, lugar este que, para gente como yo, es un espectáculo grandioso en el que yo soy un actor en las alegrías y en las tristezas, pero -y esto es lo más extraordinario- también soy un espectador privilegiado de amaneceres extraordinarios -todos ellos-, de puestas de sol de belleza diferente cada día y de todo lo que sucede cada instante que vivo entre la aurora que anuncia una nueva jornada y el anochecer que te prepara para disfrutar de la oscuridad.
A esto, querido lector, que no tiene precio, hay que añadirle la lección, de orden superior, que damos, con nuestras actitudes, a los más jóvenes respecto al privilegio que nuestros padres nos ofrecieron al abrirnos las puertas de la vida.
Ah, que no se me olvide: gracias al cuerpo que tenemos, que colapsará, habremos conocido el sabor del chocolate, cosa que, sin él, nuestra mente inmortal no llegaría a averiguar.
Si no entiende lo aquí escrito, me permito aconsejarle que abandone su burbuja de confort siquiera sea circunstancialmente y pruebe a ver qué pasa ahí afuera.
Ahí queda eso.
[i] Por si acaso, digo que la cursiva indica que son palabras de Sta. Teresa, no mías.
Me ha encantado Alexander … vaya un popurrí de palabras apelotonadas llenas de sentido y sabiduría.
Alexander Bellhand en esencia. Se puede explicar más claro, pero creo que no mucho mejor. Hoy por hoy todo el mundo tiene miedo a vivir, pero porque no saben. Y si alguno sabía, le han recordado que es malo, que pase miedo a morir y así de paso se olvide de vivir…
En definitiva: ¡Vive y deja vivir!, pero sobre todo ¡VIVE COÑO, VIVE!.