Tocaron a mi puerta -una vez más- y enseguida abrí: eran todos ellos juntos, los 48, deseosos de pasar a casa. Es innegable que lucían muy bien en su individualidad pero, ciertamente, imponentes en conjunto. Me intimidaron un poco, no lo niego.

Entraron, uno a uno, coordinados y silenciosos. Se sentaron en circunferencia, a mi alrededor y comenzamos, casi todos, a recordar y a agradecer nuestra andadura juntos. Hicimos un recuento, apenas escueto, de sucesos, experiencias, gente, circunstancias, sensaciones y emociones que nos han acompañado. Fue apasionante y, al mismo tiempo, revelador. Horas más tarde permanecí, exclusivamente, con el 46, el 47 y el recién llegado 48 (aún expectante y sin saber nada de nosotros) porque sentía una fuerte necesidad de dialogar con ellos. Noté que se avergonzaron un poco cuando nos quedamos solos. Aún desconocían que no deseaba reprochar nada, sino agradecerlo todo.  

Comencé con el 46, quien relajó su semblante al ver que no hubo queja alguna por los nuevos pliegues que añadió a mi rostro o por la cada vez más difícil faena de perder kilos ganados tras un verano en familia y con semanas posteriores en régimen riguroso. Desde luego no le reprendí ante la necesidad de acudir a las gafas de leer de forma recurrente o de levantarme una vez cada noche porque la vejiga lo demanda. Contrario a todo ello, aprecié su talante de pundonor al escucharme decir que con él vino la más grande, extraordinaria y formativa caída de velos. Con él desperté de un largo sueño y así, sin planear nada, cambié de piel

Instituciones, ideas de raigambre, creencias, dogmas, preferencias, tendencias, gustos, individuos a los que califiqué de “eminencias» y hasta algunas supuestas amistades, entre otros, se desvanecieron como las cipselas (esas plumitas que modifican la copa de la flor y favorecen la dispersión de sus semillas) de un Diente de león cuando sopla el viento. Eso es, sin duda, salutífero: depura un espacio interior -otrora ocupado por inútiles apegos- hoy tan imprescindible como el oxígeno.
Nos abrazamos con fuerza y sin deuda alguna. 

El 47 esbozó la más bella sonrisa porque agradecí con énfasis su bendita llegada a mi vida: si ya lo hacía como práctica habitual, con él aprendí a cuestionar, prácticamente, todo lo que hoy perciben mis sentidos más elementales. Tanto la cautela como la suspicacia ante lo creado por el hombre – desde luego con intencionalidad- se volvieron sustantivos que acogí de forma permanente y que, lejos de representar retroceso o frivolidad, han agregado un valor incalculable a mi proceso evolutivo: me han permitido discernir como nunca antes. Hoy no hay más cabida para tanto y tantos en el contenedor de mis afectos, que es, por cierto, cada vez más pequeño pero genuino y exquisito.

A partir de él, mi invaluable compañero 47, rehuyo de las etiquetas mercantilistas que nos han vendido como supuesto efecto de nuestra vasta creatividad, rechazo los buenismos y , por cierto, casi todos los ismos, discrepo con la creación de nuevos nombres de todo y para todo que confunden al más centrado pero que son políticamente correctos; digo NO a la falsa heroicidad impuesta ante la muchedumbre para beneficio de unos cuantos, a la exageración de todo: tallas, peso, noticias, miedo, medidas arbitrarias, epidemias llevadas a pandemias, consumismo, agendas, guerras, tecnología como elemento vital, etc-, al adictivo uso de las selfies y al nombrecito mismo, al DISLIKE como nuevo inquisidor, envidioso, del hombre y sus talentos. Me agoté de los charlatanes y sus filosofías de buró, de los libritos de autoayuda que dejan un vacío en los lectores por falta de sustancia, de los miles de coaches que emergen de la nada, advenedizos e incongruentes con su propia vida. Comencé a oler más lo que ingiero, a leer qué contiene lo que pongo en mi piel y a observar el cielo como nunca antes. Mejor aún, intensifiqué el timbre de mi voz interior, al que cuando escucho, sigo sin condicionamientos sociales: me alejo de lugares, circunstancias o personas sin titubeo ni vergüenza algunos o me acerco a lo que resuena con mi alma desnuda. No hay más. Dejé de sentir bochorno por sospechar de los que traen determinadas indumentarias o poseen títulos de tres renglones y comencé a apreciar con mayor presteza a quienes visten de coherencia.

Por todo ello y más -en franca gratitud- besé al 47. Sus significativas dádivas no tienen parangón. Se ruborizó, pero le sentí feliz. 

Me dirigí, por último, al 48, el recién llegado. Es tímido en principio porque poco sabemos uno del otro, todavía. Es evidente, sin embargo, que ambos tenemos enormes expectativas, en gran parte gracias a los maestros que nos preceden. 

Como aún no construimos una historia en dupla, mis palabras hacia él y tras escuchar del 46 y el 47, fueron: No temas. Soy distinta, es verdad. Casi todo ha cambiado en mí y en la forma en que percibo este mundo. Pero queda algo que no cambia con el pasar de todos y cada uno de ustedes… se trata de aquel que marcha, no con nosotros, sino EN nosotros. Se trata de DIOS.

El 48 me miró; noté una exhalación de alivio y algo parecido a una lágrima. Te estás haciendo viejo, comenté con socarronería para atenuar el silencio que le acompaña hasta ahora. Él me respondió, parsimonioso y seguro, no, Mone, no estamos envejeciendo, solo nos estamos haciendo más sensatos juntos. 

FIN

Por Mone

6 comentarios en «El decoro de mis años»
    1. Y es un placer conocerte… y es por ti que hoy escribimos en este espacio de libertad para la necesaria expresión. Gracias, un sinfín de veces. Un beso muy grande, Alex.

  1. Si, estos últimos años que hemos vivido nos están haciendo más sensatos, más amorosos y mas unidos a la divinidad (cada cual como la quiera llamar), y parece que esto, con los desafíos que todo indica se nos van a presentar, se va a acelerar en los próximos años… ¡muy buenas noticias!

    1. Sin duda, Edu. Han sido años HITO, que se agradecen cuando vemos el bien mayor. Esa cercanía (o fusión) a la divinidad desecha el concepto de la muerte e, igualmente, del miedo. De ahí que hoy podamos vivir en este plano, con mucha más ligereza (el peso NO nos corresponde). Gracias por leer. Un beso.

  2. Bellísima conversación totalmente inusual! pero necesaria, por cierto! ¡Felicidades primita! ¡Dios te bendiga siempre!

    1. Muchas gracias, queridísima Tere. Qué honrada me siento. Y es verdad: no es usual, pero debíamos -hoy más que nunca – dialogar con aquello a lo que quizá nunca hicimos mayor caso y que es tan importante en esta experiencia llamada VIDA. Besos enormes.

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