Que fácil es todo, cuando todo depende de los demás.

Los políticos, los médicos, los profesores… ellos saben mucho y, por supuesto, cuidan de nosotros.

Dejamos a los políticos que dirijan el rumbo de nuestras vidas, cosa que lógicamente lo hacen de la manera mas beneficiosa para ellos… al fin y al cabo son humanos, y algunos de ellos con poquita humanidad.

Dejamos a los médicos que nos digan lo que es bueno para nuestra salud… y aunque suelen hacerlo desde su mas profundo convencimiento… resulta que también son humanos y, por lo tanto, imperfectos.

Dejamos también a los profesores, maestros, ponentes que nos guíen en nuestro aprendizaje, y les damos de manera inconsciente el inmenso poder de decidir qué debemos aprender, cuándo y cómo aprenderlo.

Tanto confiamos en que nos cuidan de corazón y tanto confiamos en que lo harán todo por nuestro bien que, textualmente, delegamos en ellos el rumbo de nuestras vidas. Y lo hacemos hasta tal extremo, que lo que no decidan ellos, no vale.

La verdad es que así todo es muy fácil porque no hay nada que pensar y mucho menos decisiones que tomar.

¿Sabías que tomar decisiones es una de las cosas que más le cuesta al ser humano?

Me voy de vacaciones a Menorca o a Mallorca. ¿La primera o la segunda quincena de julio?

¿Entro en la universidad ya o me tomo un año sabático para conocer algo de qué va el mundo real?

¿Gestiono yo mi dinero o se lo dejo al banco, Hacienda o a la Seguridad Social que saben mucho de eso?

Decisiones: son todas difíciles.

Definitivamente, es mucho más fácil dejarse llevar y aceptar lo que la gente de ahí fuera, desconocidos en su mayoría, deciden acerca de lo que es mejor para nuestra economía familiar, nuestra salud o nuestro aprendizaje.

Y por supuesto, si algo no nos parece bien: lo criticamos… pero no lo cambiamos. Después de todo, así son las cosas.

Pero esta forma de ser y actuar tan cómoda no cambia el hecho de que en realidad absolutamente todo lo que es y acontece en nuestras vidas depende directamente de nosotros (en singular). Incluso el hecho de aceptar que nada depende de uno mismo, tiene ya sus consecuencias directas en uno mismo y sigue sin tenerlas en los que deciden por nosotros.

Qué curiosa ironía.

Hace muchos, muchos miles de años, dicen los que saben de paleontología y arqueología, nuestros antecesores no eran todos iguales, puesto que la evolución dependía de factores de diversa índole como físicos, ambientales y sociales.

Entonces, si hoy en día prácticamente todos los humanos vivimos de maneras similares, las sociedades se desarrollan de manera similar, y prácticamente no hay diferencias ambientales o sociales que sean abrumadoras, ¿debemos suponer que todos estamos evolucionando de igual manera?

No, no debemos hacerlo porque es naturalmente imposible, incluso en una misma familia el desarrollo personal, académico y profesional de sus miembros difiere aún habiendo recibido los mismos estímulos.

Por lo tanto, ¿de qué depende que las personas no lleguemos a ser, tener o hacer lo mismo?¿De qué depende que algunos se hagan preguntas y otros no?¿Por qué muchos se conforman y los menos no?¿Por qué las sociedades que construimos nos tratan a todos igual?

Soy muy consciente de que este artículo no es políticamente correcto, pero hace ya mucho me di cuenta de que esta expresión nos limita el razonamiento en cualquier dirección que no sea la que nos «recomiendan» muy sutilmente esas personas varias que velan tan amorosamente y de manera tan altruista por nuestro bien.

Es mucho el tiempo que llevamos unos siguiendo la corriente y otros nadando contra ella. Estos dos últimos años han sido todo un reto para los que no se dejan llevar. Pero gracias a estos dos últimos años cada vez son más los que se hacen preguntas y, afortunadamente, toman decisiones pensando honestamente en su propia economía, en su propia salud y, algo tremendamente alentador: en su propio aprendizaje.

Esto implica valentía e incluso osadía. En este camino, viene bien en algunas ocasiones recordar la tranquilidad del mono de la foto al que el tigre ruge porque no entiende su sonrisa tranquila, no entiende que piense o actúe de manera diferente. Después de todo, ¿cuál de los dos progresó mas?

Si eres uno de estos humanos valientes… ¡bienvenido a la evolución!

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