Nerea, me preguntaron una vez cuando todavía era adolescente,

¿Qué quieres de la vida?

Yo respondí, con la seguridad imbatible que te dan esos años:

Ser feliz.

Mi interlocutor, sin embargo, no se rindió ante tan simplona respuesta y tenaz volvió a preguntar…

¿Y, qué es para ti la felicidad?

Y entonces me hizo titubear…

Tener una familia feliz, una buena casa, un buen trabajo…, es decir, el sueño americano de toda la vida si le incluimos el perro fiel que nos trae el periódico (bueno eso no, que suena muy yanqui).

Absorbida como estaba por mi propia adolescencia y convencida por lo tanto de que ya lo sabía todo, la semilla de esa pregunta tan inteligente y nada banal ya quedó sembrada en el campo fértil que es la mente humana. Pero yo seguí disfrutando plácidamente de esos veranos eternos que solo los que hemos acostumbrado a aprobar todo en junio sabemos lo que son. Días sin hora en la playa, horas sin pausa mirando las formas de las nubes, cielos que nos inspiran los juegos más divertidos, diversiones con nuevos amores y amistades… en fin.

Y, de manera insospechada, llegó a mí el mensaje que acompaña este escrito el cual se convirtió en las gotitas de agua que hicieron brotar aquella semilla tan sutilmente plantada en mi conciencia. Afortunadamente se despertó un deseo irrefrenable por tener cosas que decir: más allá de lo banal, lo simple, lo cotidiano, lo… normal.

Aviso a navegantes: la afición de escuchar (leyendo) lo que tantas personas han pensado, vivido, soñado es un camino de no retorno.

Con satisfacción, fui descubriendo que cada vez tenía más cosas que decir, lo que me llevó irremediablemente a tener más cosas sobre las que pensar.

El pensamiento, tan subestimado hoy en día, relegado a un sirviente que acomete tareas repetitivas y abandonado a lo que el entorno aconseja es, sin embargo, el único que dirige nuestras vidas ¿tiene sentido que no lo empleemos en nuestro propio beneficio?

Muchas veces oigo entre amigos, lugares de ocio o, simplemente, caminado por la calle expresiones agoreras que predicen futuros oscuros para nuestros mayores, nuestros jóvenes o incluso nosotros mismos. Expresiones, todas ellas, que coinciden en quejarse de esos males como algo externo. Y, probablemente, no estén mal encaminadas. Sin embargo, no puedo dejar de pensar (algo que me sucede desde que mi deseo por tener cosas que decir, aunque sea a mí misma es superior al de seguir la corriente) que algo de responsabilidad tengo yo en ello, aunque solo sea por ser y estar aquí ahora. De la misma manera que también pienso que tú, querido lector, también tienes algo de responsabilidad. Y así, cada una de las personas que coexistimos tenemos nuestra parcelita de responsabilidad. Quienes no asumen la suya, están cediendo sus voluntades a aquello que consume sus vidas, de manera irremediable. Por lo tanto, donde estamos ahora es el resultado de lo que todos, como conjunto de seres pensantes, hacemos, permanentemente, de manera individual.

Y aquí viene la reflexión que deseo compartir con quien tenga a bien leerme con paciencia…

Si mañana es consecuencia de cada hoy, y cada hoy está lleno de actividades que llenan nuestra agenda, todas ellas importantes y urgentes sin duda, pero actividades después de todo y, por lo tanto, nos mantienen en acción,

¿qué tiempo le dedicamos hoy a preparar nuestro mañana?

Por favor amigo, trascendamos de lo obvio para llegar, quizá, a lo que verdaderamente es importante por su repercusión en nosotros mismos primero y, lógicamente, en las sociedades de las que formamos parte. Sociedades que se conforman en círculos concéntricos desde la mas elemental (yo) hacia la más compleja (el mundo): las personas con las que convivo, el resto de mi familia, lugar donde estudio o trabajo, mi pueblo, ciudad, país y resto del mundo.

La mayoría de las personas experimentan sus vidas convencidos de que son insignificantes y creen que lo que ellos hacen no tiene repercusión alguna en el resto del mundo.

Pero te invito a abrir tu mente, en el caso que no hayas descubierto ya el grandísimo potencial e impacto que tenemos cada uno de nosotros en «cómo son las cosas«, para empezar a vivir tu aventura de manera más intensa.

Estar aquí, ahora es un privilegio: aprovechémoslo.

Un comentario en «Hacia donde vamos es singular»

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