El cambio no es un evento.
Es una sucesión de pequeñas decisiones
cotidianas que van rompiendo con lo
que solías ser y van revelando, lo que
realmente eres.
(Anónimo)
Caí de un sentón, hastiada, sobre los pies de mi cama. Observaba el entorno, tan saturado, tan lleno de todo y a la vez de nada. Por doquier había materia atrapa-energía que llena los armarios pero no el alma. Eran montículos -más altos que yo- de ropa, de bolsos, de cinturones, de zapatos.
Cada artículo estaba acompañado por una historia boba, insulsa, de pobre fundamento: este lo compré porque no llevaba chubasquero ese día, aquel lo adquirí en una tienda en liquidación y ¿cómo iba a dejarlo?, ese otro porque no tenía un tono azul igual y estaba en oferta; estos, porque ese día lo necesitaba y me levantaron el ánimo. Podría continuar pero me avergüenzan los argumentos tan anodinos de los que me agarraba para justificar una compra. Y, por si acaso a alguno le ha pasado por la mente algo como “qué petulante, Mone… nos presume de excesos”, diré a mi favor que este texto busca, exactamente, lo opuesto: me avergüenzo de ello al haber pretendido, seguramente, llenar algo que nunca se lograría a través de los ofertones que a mi paso encontraba (o propiciaba).
Buscando oxigenarme y tener claridad en la mente, en el armario y, mejor aún, en el espíritu, puse más de 50 artículos en venta dentro de una de esas plataformas que para tal efecto existen y en las que la gente compra y vende artículos varios aún en muy buenas condiciones. Si bien he donado maletas enteras de ropa muchas veces, hoy es tiempo de brindar valor (aunque sea casi simbólico) a lo alguna vez adquirido para que otros también se beneficien con ello. No lo comprendemos bien y a fondo, quizá, pero el dinero debe circular y moverse constantemente, ya que, al igual que el agua, si se estanca deja de funcionar.
Hoy muchas cosas han salido de casa, sin regreso alguno. Hay espacio, hay visibilidad, hay orden y claridad … pero había algo aún por hacer: la limpieza del armario más importante de la vida. Aquel que nos da todo pero al que solemos retribuir sin mayor equidad: nuestro sagrado organismo. Depurarlo es, no solo un acto de gratitud, sino, mejor aún, de supervivencia.
Comencé un programa Detox en el que mi único esfuerzo radica en abrir mi fiambrera para ver qué manjares me han traído a casa. Sí, he de hacer el anuncio porque lo merecen una y mil veces: la genialidad sale de un sitio mágico llamado Ecoencuentro, ubicado en Majadahonda, en Madrid.
Hoy, martes 21 de junio estoy en la recta final, pues el programa culminará en breve. Se trata de 21 días -sí, los recomendables para crear hábitos- de alimentos saludables, absolutamente orgánicos y carentes de toxinas (todos sabemos cuáles son, en su mayoría). Es un sistema de alimentación que no solo ofrece una forma de cuidar la salud, sino que también ayuda -como no imaginan- a alcanzar un mayor equilibrio interior. El cuerpo y la mente se renuevan a través de procesos naturales por tres semanas.
Hoy, amigos lectores, experimento renovación y cambios. No puedo -quizá ni quiero- describirlos porque son y están, palpablemente, aquí, en mí. Se sienten y se ven, pero citar uno a uno sería limitarlos en las posibilidades infinitas de lo que cada uno, desde su individualidad, podrá advertir.
Sé que para muchos, hacer cambios asusta un poco pero ¿no podría asustar más lamentarse de no haberlos hecho?
Feliz día y un beso a ustedes, no a sus toxinas.
Mone