Frida, como se hacía llamar ante su colectivo, mostraba exultante sus senos al aire. Su complexión era más bien enjuta y su rostro, depauperado. Tenía el pelo anaranjado, la piel blanquecina y unos ojos verdes y bonitos que deslucían con las sombras lúgubres que les contorneaban. Su cara estaba cubierta por una especie de paño morado que apenas dejaba ver lo que hoy puedo describir.
Sobre su tórax se mostraba una leyenda, escrita con lo que parecía un dedo índice untado de grasa de zapatos: machete al machote, citaba. Su amiga, pareja o lo que sea, exhibía, con las manos en lo alto y las axilas atestadas de pelo negro, un cartel con letras en rojo, de las que parecían escurrir gotas de sangre: Si nos organizamos los matamos a todos. Esta mujer, también con un trapo en la cara, dos pendientes que horadaban su ceja izquierda y una cicatriz en el rabillo del ojo del mismo lado, evidenciaba escasez en atributos físicos y, ciertamente, en afabilidad.
Ambas vociferaban, junto con el resto de la camarilla de la que se habían retirado un poco, vituperios que nunca, en más de cuarenta años, había escuchado o leído en sitio alguno.
Me aproximé a ellas, cauta y respetuosa, con bandera de ciudadana indocta, sin color, sin pretensiones, sonriente sin exagerar y con visibilidad total de mi rostro, de mis brazos y de mis manos, exentas de cámara, de micrófono, de aparatos móviles o reproductores de audio.
Me presenté ante las dos, apacible y segura. Les di mi nombre y mi profesión e hice uso de un chascarrillo que suelo hacer para aligerar el ambiente en situaciones como esta. Les dije que tenía un programa de radio cultural y que deseaba entrevistar a mujeres «aguerridas» como ellas en aras de conocer diversos puntos de vista, sabiendo que ello inferiría en algo interesante y enriquecedor para una sociedad con pensamiento crítico en peligro de extinción. Cuando Frida preguntó por el nombre de la emisora en la que yo transmitía y supo la respuesta, todo se fue al garete. Me dijo, en tono de supuesto chacoteo amistoso, «ah, con que tenemos aquí a una fascista cotilla«, y echó mano del vocabulario adoptado como propio y original, a efecto de su nuevo lugar de acogida: el ‘colectivo’ hoy llamado feminista.
«Facha, nazi, totalitaria, vasalla y esclava del sistema», entre otros tantos epítetos que no menciono por chabacanos y triviales, eran solo algunos de los supuestos motes de alto coeficiente que dirigían a mí, tanto Frida como su secuaz, riendo sin genuino regocijo. Las dejé parlotear un rato mientras observaba, discreta, a cada una de cresta a pies.
Me interesé más por su rostro cubierto a casi 40 grados centígrados de temperatura, que por la verborrea sin fondo de la que estas chicas hicieron acopio para paliar, señalando a otros -en este caso a mí-, sus más oscuras zonas y hondos abismos. Ambas continuaron hasta percatarse de la nula reacción y final mirada en lontananza que, gracias a Dios, adopté sin entender cómo, pues suelo ser de sangre que hierve pronto. Una y otra, sin coordinar entre sí, cejaron en su afrentoso intento y me concedieron, torpemente, la palabra.
Miré, detenidamente, el tatuaje de Frida ubicado en su muslo izquierdo. Pregunté por su significado, porque a la vista aquello era grotesco: un mal dibujado par de piernas de mujer que a su vez conformaba una especie de arco lleno de espinas con un supuesto feto al centro y una calavera al lado del mismo. Aquello no solo no tenía ilación alguna ni los elementos parecían interconectar sino que, francamente, parecía el burdo esbozo de un borracho queriendo pintar en su más álgida hora de embriaguez. Mi cuerpo, mi decisión, me respondió Frida. De eso se trata: de recordar al $%&/)(# mundo que yo puedo decidir sobre mi cuerpo y que soy libre. No traslado con exactitud el adjetivo calificativo del mundo porque no modifica el sentido y carece de valor para los lectores.


El calor abrasaba. La frente de ambas chicas brillaba de sudor y el delineador que contorneaba sus ojos comenzaba a desvanecerse, tenuemente.
Hablé con ellas poco, porque poco había que rescatar. Me preguntaron si yo era madre y, acto seguido, tras asentir, lentamente, aseveraron -una vez más, sarcásticas- que alguien más había decidido por mí. Que yo era, precisamente, el icono de una pobre hembra subyugada por los avatares de una sociedad opresora que coartaba las libertades.
Miré sus cuerpos, sus perforaciones y sus rostros, tan llenos de aflicción e ira. Me dirigí a ellas, seria y apacible, para cerrar aquella conversación: cómo me alegra que vosotras seáis tan libres, tan llenas de vida y con tanto futuro por delante.
Ambas se alejaron de mí y, con aquella temperatura creciente y poco aire resoplando, observé a lo lejos cómo Frida se quitaba el trapo morado y, debajo del mismo, removía una mascarilla azul, a la que llaman «clínica» ,sucia, reutilizada por lo menos 10 veces y pensé entonces que su «libertad», quizá, se escribe con V.
Caminé en sentido opuesto y me puse bajo la sombra de un árbol. Permanecí en la delicia de la soledad física un buen rato, inmersa en un mundo paralelo.
Mi cuerpo, mi decisión, recordaba en silencio. Me reí sola y sentí un poco de viento en mi piel.
Oh, delicia.
FIN
libertad se escribe con «v», buena metáfora, y esclavitud, ¿?. Seguro que todo al reves.
Vaya mundo el que vivimos
En nosotros está, quizá, ponerlo, nuevamente, en sus sitio, Edu. Sé que, si no TODO el mundo (territorialmente hablando), sí el que ya estamos construyendo. Aquel que regresa a la verdad, a la simplicidad de la maravillosa vida, sin tantas derivaciones y absurdos. Gracias por leer y comentar. Un beso.
Querida amiga, Mone. Me encanta como escribes. Espero ver más pronto que tarde en las estanterias de las librería tu primer bestseller. No dejes de entrenar a mente y fortalecer la imaginación que Dios te dio :-))))
Querido Alexander, te echaba de menos. Gracias por cada una de tus palabras: me brindan aliento como no imaginas. Dios y sus regalos. No sé cuáles me dio, pero la fuerza (como tú) de externar todo aquello que acontece en nuestras reflexiones (y la capacidad de hacerlas) , sin duda es de SU divina autoría. Un beso grande y, nuevamente, GRACIAS !!