El Camino, en todas las tradiciones espirituales del mundo, es un lugar pero no lo es. Una pequeña reflexión sobre él.

Al Camino me intenté acercar,
su lugar descubrí en un libro,
un perro se puso fiero a ladrar,
volví, sentí el atávico peligro.

¿Camino ansiado donde estás?,
quiero en tu centro profundizar.

Más tarde me intenté aproximar,
dije: “lo puedo hallar meditando”, 
una granizada me impidió avanzar,
su rastro se fue leve difuminando.

Camino, ¿dónde te encuentras?,
quiero de tus entrañas disfrutar.

Luego con prisas quise a él llegar,
un asno de un sabio me llevaría,
de una mofeta el olor le hizo recular,
el viaje se convirtió en una pesadilla.

Sendero, ¿por qué me rehúyes?,
quiero feliz de tu esencia gozar.  

Al Camino al fin decidí renunciar
y respetar sin más la Ley Celestial:
“Trata a los demás de modo igual
como quisieras a ti verte tratar”.

En el Camino me sentí estar,
¡gracias por tus secretos ocultar!.


Por Eduardo Lacambra

Escribo de temas sanitarios como Diplomado de Acupuntura por la Universidade de Santiago, y en otros temas como Ciudadano de a pie, Ingeniero sin ejercer, y Creyente, y siempre desde el escepticismo y la sanísima duda permanente

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